“Barcelona, ponte fea”

Barcelona, España.

El 17 de octubre de 1986, la ciudad de Barcelona recibió el encargo de realizar los XXV Juegos Olímpicos de la Era Moderna, que fueron un notable éxito, tanto en lo deportivo como en su organización, y una gran oportunidad para transformar la ciudad en el ícono de diseño urbano que es hoy en día.

Un año antes de la adjudicación de los Juegos, las autoridades locales habían puesto en marcha un ambicioso programa de renovación urbana. Bajo el slogan “Barcelona, ponte guapa” se invirtió una considerable cantidad de dinero y esfuerzo en la limpieza y arreglo de fachadas, junto con otros programas de mejora del mobiliario urbano y de la adecuación de las aceras para personas con dificultades de movilidad, y una red de autobuses cada vez más ecológica, entre otras medidas destinadas a hacer de Barcelona una ciudad más limpia, más humana y, por qué no, mucho más hermosa de lo que era.

Todo esto siguió siendo así hasta que el urbanismo táctico del COVID llegó y, por lo que parece, lo hizo para quedarse. Sin dejar de estar totalmente de acuerdo con la política de aumentar el espacio de las aceras para los peatones y crear una extensa red de carriles bici, a la vez que se reduce el espacio dedicado a los automóviles y se fomenta el crecimiento de las áreas verdes; ninguno de esos nobles propósitos debe estar reñido con una adecuada planificación, ni con el buen gusto que ha caracterizado el ecosistema urbano de Barcelona durante los últimos 35 años.

Ampliar las terrazas de bares y restaurantes con bloques amarillos de cemento sobre el pavimento, pintar las aceras y las calles con colores estridentes que confunden al peatón, y abusar del espacio público con una variada superposición de funciones que no siempre son compatibles, no contribuye realmente a mejorar la vida de las personas, y solo aumenta la sensación de precariedad urbana y destruye la imagen turística de la ciudad.

Como ejemplo de otra ocurrencia reciente, está la de dejar que la flora urbana crezca sin control, afeando el espacio y sirviendo como nido de animales poco amigables. Pareciera que la ecología y el respeto por los peatones tuviera que hacerse a expensas del buen gusto o del diseño urbano de calidad.

El cuidado en los detalles, se ha convertido hoy en día en algo despreciado, al parecer poco adecuado a los propósitos sociales del urbanismo de vanguardia. Afeando a Barcelona, no solo negamos un entorno agradable a sus sufridos ciudadanos, sino que también perdemos un referente del diseño urbano global.

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