Barcelona, España. Si imaginamos por un momento como quisiéramos que fueran nuestras ciudades después de la Pandemia, seguramente, a la mayoría nos gustaría que fueran más verdes, con más espacio para los peatones, menos contaminadas, con menos cemento y asfalto… En definitiva, más humanas de lo que son hoy en día.
Cuando vemos el rastro reciente que ha dejado el COVID-19 en nuestras ciudades, no vemos más árboles ni menos cemento, pero si más espacios para los peatones y las bicicletas, ganados al asfalto gracias a las medidas de “urbanismo táctico” que han adoptado muchos alcaldes alrededor del mundo.
Quizás sea, entonces, ese “urbanismo táctico” la solución a nuestros problemas de desorden urbano, y la herramienta definitiva que nos permita recuperar la ciudad humana que muchos queremos. Con sólo un poco de pintura y algún mobiliario urbano adecuadamente situado, podríamos poner límites al dominio de los automóviles, y favorecer a los modos no motorizados de transporte.
Es posible que sí sea la solución o, al menos, parte de ella. En cualquier caso, sabemos que las decisiones que tomemos sobre el espacio urbano siempre deben partir de dos premisas fundamentales: haber sido planificadas y ser permanentes. La rapidez con las que muchas de estas medidas se han tomado durante la crisis, hacen dudar de que ambas premisas se hayan cumplido o vayan a cumplirse.
Táctico y planificación suelen ser dos conceptos habitualmente opuestos, y la pintura tampoco es un material aconsejable para el reordenamiento permanente del espacio urbano. Esperemos que los responsables de nuestras ciudades no olviden que la planificación es el único instrumento que nos permite avanzar hacia un urbanismo realmente equilibrado, y que no retrocedamos a épocas en que las decisiones se improvisaban por objetivos cortoplacistas.
Esperemos también que lo que nos ha dejado el “urbanismo táctico” del post-COVID no sea sólo un espejismo de dudoso gusto.